Fidel


"Peor que los peligros del error son los peligros del silencio." ""Creo que mientras más critica exista dentro del socialismo,eso es lo mejor" Fidel Castro Ruz

lunes, 31 de agosto de 2015

La preocupante historia de los ajustes monetarios en Estados Unidos

Bradford DeLong

BERKELEY – En las últimas cuatro décadas, la Reserva Federal de los Estados Unidos emprendió ajustes de su política monetaria en cuatro ocasiones. Cada vez que lo hizo, se activaron procesos que redujeron el empleo y la producción mucho más que lo previsto por los equipos de la Reserva. Ahora que se prepara un ajuste similar, un examen de esta historia (y del estado actual de la economía) da motivos para pensar que Estados Unidos está entrando en territorio peligroso.

El primer ejemplo es de entre 1979 y 1982, cuando el entonces presidente de la Reserva, Paul Volcker, decidió hacer cambios en la política monetaria de la institución. Volcker esperaba que controlando la cantidad de dinero en circulación, la Reserva lograría más reducción de la inflación con menos aumento de la capacidad ociosa y el desempleo que lo que predecían los modelos keynesianos tradicionales.

Por desgracia para la Reserva (y para la economía de Estados Unidos), los modelos keynesianos resultaron correctos: los costos de la desinflación fueron tal como los predijeron. Además, este período de ajuste monetario trajo consecuencias inesperadas; instituciones financieras como Citicorp se salvaron de la bancarrota sólo gracias a la tolerancia de las autoridades reguladoras, y gran parte de Latinoamérica se hundió en una depresión que duró más de cinco años.

Luego, de 1988 a 1990, otra ronda de ajuste monetario, bajo Alan Greenspan, arruinó los estados contables de las cajas de ahorro estadounidenses, que estaban demasiado apalancadas, subcapitalizadas y luchando por sobrevivir. Para evitar que la recesión subsiguiente empeorara, el gobierno federal tuvo que acudir al rescate de las instituciones insolventes. También los gobiernos de los estados quedaron atrapados: para rescatar a las cajas de ahorro texanas y a sus depositantes, Texas gastó el equivalente a tres meses de sus ingresos totales.

Entre 1993 y 1994 Greenspan volvió a pisar el freno de la política monetaria, sólo para descubrir que incluso un pequeño ajuste podía tener un gran efecto sobre los precios de los activos a largo plazo y los costos financieros de las empresas. Felizmente aceptó revertir su decisión y cortó el ciclo de ajuste antes de lo planeado (a pesar de las protestas de muchos miembros de la Comisión Federal de Mercados Abiertos, encargada de la definición de políticas). Esta medida evitó que la economía de Estados Unidos volviera a caer en la recesión.

El episodio más reciente (entre 2004 y 2007) fue el más devastador de los cuatro. Ni Greenspan ni su sucesor, Ben Bernanke, comprendieron la fragilidad que un largo período de escasa regulación había sembrado en el mercado inmobiliario y el sistema financiero. La economía estadounidense todavía sufre los efectos de estos errores gemelos: desregulación, seguida de un ajuste monetario equivocado.

El ciclo de ajuste que aparentemente está por iniciar la Reserva Federal llega en un momento económico delicado. Aunque la tasa de desempleo actual en EE. UU. parezca compatible con un riesgo de mayor inflación, el cociente entre población empleada y población en edad de trabajar todavía apunta a una economía en serias dificultades. Las tendencias salariales sugieren que es este cociente, y no la tasa de desempleo, el mejor indicador de capacidad ociosa en la economía; y hace diez años nadie hubiera interpretado su valor actual como justificación para un ajuste monetario.

De hecho, ni siquiera la Reserva Federal parece convencida de que la economía esté en peligro inminente de sobrecalentamiento. No sólo la inflación en EE. UU. es inferior al objetivo a largo plazo de la Reserva, sino que se prevé que se mantenga así por lo menos los próximos tres años. Y el cambio de rumbo de la Reserva llega en un momento en que sus propios economistas creen que la política fiscal estadounidense es demasiado restrictiva.

En tanto, dada la fragilidad (e interconexión) de la economía global, un ajuste monetario en EE. UU. puede tener repercusiones negativas en el resto del mundo (con el consiguiente efecto rebote en casa), especialmente por la inestabilidad en China y la debilidad económica de Europa.

Se podría sospechar que la urgencia de la Reserva Federal por ajustar la política monetaria (a pesar de los precedentes históricos desfavorables y la incertidumbre económica actual) obedece a requerimientos de bancos comerciales con demasiada influencia en la formulación de las políticas oficiales. Al fin y al cabo, el modelo de negocios de esos bancos depende de que puedan ganar (mediante inversiones a largo plazo pasivas y relativamente seguras) al menos un 3% anual más que lo que pagan a los depositantes. Y para eso es necesario que la tasa de referencia del Tesoro de los EE. UU. sea más alta que la actual.

Si así fuera, evidenciaría incapacidad de los banqueros para comprender los intereses reales de su industria. Lo mejor para los bancos no es un aumento inmediato del tipo de interés, sino una política monetaria que ayude a garantizar que la economía podrá sostener tipos de interés más altos en el futuro. A juzgar por la historia, un ajuste de política monetaria en lo inmediato sólo provocará más turbulencia económica, seguida de un veloz regreso a tipos de interés bajos. Y que la Reserva quiera internarse por ese camino debería preocuparnos a todos.

Traducción: Esteban Flamini


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ENTREVISTA CON OLIVIER BLANCHARD Blanchard: Una mirada al futuro y al pasado

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31 de agosto de 2015
  • Blanchard, Economista en Jefe del FMI, deja la institución en septiembre
  • La crisis financiera plantea la posibilidad de una crisis para la macroeconomía
  • Es necesario abordar cuestiones a más largo plazo como el bajo aumento de la productividad y la creciente desigualdad
                      Olivier Blanchard deja el cargo de Consejero Económico y Director del Departamento de Estudios del FMI a fines de septiembre.


En octubre, se sumará al personal del Peterson Institute for International Economics como primer titular de un cargo de investigador principal creado en honor a C. Fred Bergsten, quien fundó el prestigioso instituto washingtoniano hace 35 años.
Cuando Blanchard —nacido en Francia y ex director del Departamento de Economía del Instituto de Tecnología de Massachusetts— ingresó al FMI el 1 de septiembre de 2008, ni siquiera sospechaba que iba a encontrarse en el ojo de una tormenta económica internacional. A las dos semanas, el banco Lehman Brother quebró, un suceso que para muchos marcó el comienzo de la crisis financiera mundial de 2008-09.  
“La crisis fue un acontecimiento traumático que nos obligó a todos a replantearnos muchas de las convicciones más preciadas”, explica Blanchard, citando diversos supuestos en torno al papel de la política fiscal y el tamaño de los multiplicadores fiscales, el uso de medidas de política monetaria e instrumentos macroprudenciales no convencionales, los flujos de capital y las medidas empleadas para controlarlos, las políticas del mercado laboral y el papel de la flexibilidad micro y macroeconómica. “Y la posibilidad de replantearme estas cosas fue una oportunidad para lograr que cambiaran”, precisa.
Blanchard dice que ahora quiere tener tiempo para investigar menos temas con más dedicación.
Durante los últimos siete años, “estuve respondiendo mil preguntas, pero no con mucha profundidad. Quiero tomar diez de esas mil y analizarlas más a fondo”. Uno de los temas que planea estudiar son las diversas medidas que los países pueden utilizar para controlar y moldear los flujos de capital. 
En una entrevista con el Boletín del FMI, Blanchard habla sobre varias cuestiones económicas mundiales, el papel del FMI en la promoción de la estabilidad económica y financiera, y su experiencia en el candelero como Economista en Jefe de la institución.
Boletín del FMIHubo ocasiones en las que usted forzó una nueva óptica intelectual y práctica en el FMI. ¿Cuál fue la reacción dentro y fuera del FMI?
Blanchard: Habría sido intelectualmente irresponsable y políticamente poco sensato fingir que la crisis no nos hizo replantearnos cómo funciona la economía. Habríamos perdido credibilidad. Así que esa nueva óptica se impuso por sí misma.
El mero hecho de que el Consejero Económico o el Departamento de Estudios tengan una perspectiva sobre un determinado tema no mueve mucho las cosas. Un componente fundamental de este trabajo es convencer al resto de la institución, desde la alta gerencia hasta las secciones, o al menos intentarlo, y esa es una tarea difícil. Para tratar a todos los países por igual, el FMI tiene que tener un ideario, que no es fácil de cambiar. No basta con desarrollar ideas; hay que vendérselas al resto de la institución. Eso no ocurre de la noche a la mañana.
Respecto al exterior, lo que me impresionó es cómo expresar un cambio de opinión sin dar lugar a titulares sobre “errores”, “incompetencia del FMI”, etc. Un ejemplo son los multiplicadores fiscales. El hecho de que hubiéramos subestimado el efecto negativo que la consolidación fiscal causaría en el producto no fue un “error” en el sentido en que la gente piensa; es decir, no mezclamos dos celdas en una planilla de Excel. Nuestro cálculo estaba basado en un volumen sustancial de datos, pero esos datos resultaron engañosos en un contexto de tasas de interés cercanas a cero y en el cual la política monetaria no puede neutralizar los efectos negativos de los recortes presupuestarios. Nos llovieron las críticas por reconocer esa subestimación, y no creo que haya sido la última vez. Pero al mismo tiempo creo que el FMI afianzó sustancialmente su credibilidad, y luego empleamos supuestos más sólidos. La experiencia fue dolorosa, pero útil.
Boletín del FMI: Ese replanteamiento también dio lugar a tres grandes conferencias dedicadas a la macroeconomía. ¿Cuáles fueron las principales reflexiones y cuáles son las principales inquietudes? 
Blanchard: Empecemos por lo obvio: la macroeconomía tradicional daba por sentado el sistema financiero. El tratamiento macroeconómico típico de las finanzas era un conjunto de ecuaciones sobre arbitraje, y la presunción era que no había necesidad de mirar qué estaba ocurriendo en Wall Street. Resultó que estábamos muy equivocados.
Pero hay respuestas menos obvias: la crisis financiera plantea la posibilidad de una crisis para la macroeconomía. La práctica macroeconómica se basa en el supuesto de que existen relaciones agregadas más o menos estables, así que no hay necesidad de seguirle la pista a cada persona, empresa o institución financiera; es decir, no hay necesidad de comprender los detalles de la tubería microeconómica. Lo que aprendimos es que esa tubería importa, y que la tubería financiera es especialmente importante: los mismos agregados pueden ocultar graves problemas macroeconómicos. Entonces, ¿cómo estudiamos la macroeconomía?
Como resultado de la crisis, están apareciendo un centenar de flores intelectuales. Algunas son muy viejas, como la hipótesis de Hyman Minsky sobre la inestabilidad financiera y los modelos kaldorianos de crecimiento y desigualdad. Algunas proposiciones que antes se consideraban como un anatema están hoy en labios de economistas “serios”; por ejemplo, el financiamiento monetario del déficit fiscal. Hay quienes atacan algunos supuestos fundamentales, como la separación estricta entre ciclo y tendencia; la histéresis se está poniendo de moda. Se están poniendo en tela de juicio algunas herramientas econométricas, basadas en una visión de un mundo estacionario en torno a una tendencia. Todo esto es positivo.
Por último, el péndulo vuelve a oscilar, alejándose de los mercados y dirigiéndose hacia la intervención del Estado, ya sea a través de herramientas macroprudenciales, controles de capital, etc. La mayoría de los macroeconomistas hoy son decididamente partidarios de la teoría del segundo mejor. Pero este cambio también está acompañado de gran escepticismo sobre la eficiencia de la intervención del Estado.
Boletín del FMI: ¿Cuáles son las inquietudes económicas a más largo plazo? ¿Y cómo afectarán al asesoramiento del FMI en materia de políticas?
Blanchard: Es muy posible que nos encontremos en un período caracterizado por un bajo aumento de la productividad. Puede que nos encontremos en un período de debilidad estructural de la demanda, que requerirá tasas de interés muy bajas. Y una baja tasa de crecimiento sumada a una desigualdad creciente no solo es moralmente inaceptable, sino también sumamente peligrosa en términos políticos.
Al evaluar las políticas, no podemos concentrarnos en el corto plazo; tenemos que mirar a más largo plazo. Y tenemos que darnos cuenta de dos cosas. Primero, esta no es nuestra especialidad, y tenemos que trabajar con otras instituciones como la OCDE y el Banco Mundial. Segundo, las soluciones mágicas no existen: tenemos que asumir con realismo qué reformas estructurales son políticamente viables y qué es lo que pueden lograr dentro de lo razonable.
Boletín del FMIEn base a su interacción con las autoridades, ¿le parece que el FMI obtendría mejores resultados como asesor confidencial de confianza o como protagonista en escenarios públicos nacionales e internacionales?
Blanchard: Creo que puede y definitivamente debe ser ambos. En Perspectivas de la economía mundial (informe WEO, por sus siglas en inglés)en el Informe sobre la estabilidad financiera mundial (informe GFSR, por sus siglas en inglés) y en otros documentos de supervisión, el FMI debe establecer claramente las implicaciones de las principales alternativas de las políticas. En la evaluación bilateral de la economía de un país —lo que llamamos las Consultas del Artículo IV—, debe traducir proposiciones generales en asesoramiento concreto en materia de políticas. En algunos temas, quizá tenga sentido plantear las cosas en forma privada, al menos al principio. Pero a veces hacerlas públicas es la única manera de iniciar un diálogo sustancial.
Para dar un ejemplo conocido, creo que en el contexto de las negociaciones del programa de Grecia, tenía sentido propugnar el alivio de la deuda primero en privado. Así procedimos. Y cuando sentimos que nuestro argumento no encontraba eco, lo dimos a conocer públicamente. Habría sido un error hacerlo público desde el comienzo, o no hacerlo público nunca.
Boletín del FMI¿Cómo evolucionará el papel del FMI, especialmente si hay menos crisis?
Blanchard: Creo que los papeles tradicionales del FMI —supervisión, programas de ajuste, suministro de liquidez y asistencia técnica— seguirán siendo adecuados en el futuro.
Supervisión. “Supervisión” es una palabra horrible, pero detrás hay algo tremendamente importante. El FMI está en una situación ideal para estudiar y describir las interacciones entre las economías. Está idealmente ubicado para definir —o, como mínimo, sugerir— reglas de juego internacionales. Dadas su vasta experiencia con los países y la profundidad de la información que maneja, es la institución ideal para llevar a cabo trabajos fundamentales sobre la macroeconomía de las economías abiertas. Un ejemplo es el trabajo sobre los flujos de capital que realizamos en los siete últimos años.
Programas de ajuste. Su diseño mismo necesita ajustes… Teniendo en cuenta que la posición externa bruta en activos y pasivos de los países está creciendo, no es posible que gran parte de los fondos de los programas se destinen a pagarles a acreedores a corto plazo. Las reformas que está analizando el FMI son realmente importantes, entre ellas cabe mencionar el uso más generalizado de la opción de reprogramación de la deuda y la eliminación de la exención sistémica.
Suministro de liquidez. Nuevamente, las posiciones brutas en activos y pasivos crean un riesgo de interrupciones repentinas de gran magnitud y originan una necesidad de liquidez internacional a escala muy grande. La actual combinación desordenada de líneas de canje de los bancos centrales y programas de liquidez del FMI es un invento extraño. Es necesario mejorarla, aunque más no sea para eliminar el papel de los factores políticos a la hora de decidir quién recibe qué. Los dos componentes deben estar mejor integrados, e integrados con acuerdos regionales.
Asistencia técnica. En mis siete años en el FMI, me impresionó lo invalorable que pueden ser nuestra asistencia técnica y nuestras actividades de fortalecimiento de las capacidades. Dados sus conocimientos y la estrecha relación que mantiene con los miembros, el FMI es la institución ideal para brindar asesoramiento, desde cómo diseñar un régimen de metas de inflación hasta cómo mejorar la recaudación tributaria. Sería bueno ampliar esta dimensión.
Boletín del FMI: ¿Cómo debe compaginar un consejero económico las obligaciones de vocero del FMI y el papel de académico e investigador que genera nuevas ideas, especialmente cuando chocan con la ortodoxia institucional?
Blanchard: A mí no se me planteó ese problema. En siete años, jamás sentí que tenía que soslayar o diluir una postura, o defender algo en lo que no creía. Me imagino que de lo contrario me habría ofrecido a dimitir.
Los que esperan que desnude el alma cuando me vaya del FMI se van a llevar un chasco. Todo lo que hay que decir, ya lo dije.
  Boletín del FMI: No se muda muy lejos. ¿A qué se va a dedicar          principalmente en el Peterson Institute?

 Blanchard: Quiero volver a la investigación de algunos temas concretos.  Durante siete años estuve respondiendo mil preguntas, pero no con mucha      profundidad. Quiero tomar diez de esas mil y analizarlas más a fondo.

 Quiero examinar qué ocurrió en Portugal, en Irlanda, en Islandia, en Grecia, y  hacer los análisis a fondo que ninguno de nosotros tiene tiempo para hacer.  Quiero reflexionar más sobre las medidas que los países pueden emplear para  controlar y moldear los flujos de capital. En suma, quiero seguir  “replanteándome la macroeconomía” …

Joseph Stiglitz: Estados Unidos es el problema



Joseph Stiglitz, El País

Recientemente se ha celebrado la Tercera Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo en la capital de Etiopía, Addis Abeba. La reunión se llevó a cabo en un momento en que los países en desarrollo y los mercados emergentes han demostrado su capacidad de absorber grandes cantidades de dinero de manera productiva. De hecho, las tareas que estos países están emprendiendo —como inversiones en infraestructura (carreteras, electricidad, puertos, y mucho más), la construcción de ciudades que un día van a llegar a ser el hogar de miles de millones de personas y el cambio hacia una economía verde— son realmente enormes.

Al mismo tiempo, no falta dinero a la espera de que se le dé un uso productivo. Hace apenas unos años, Ben Bernanke, el entonces presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, habló de un exceso de ahorro mundial. Y, no obstante, los proyectos de inversión con alta rentabilidad social no salían adelante por falta de fondos. Eso sigue siendo cierto hoy en día. El problema, tanto entonces como ahora, fue y es que los mercados financieros globales, en vez de cumplir con su objetivo de realizar una intermediación eficiente entre el ahorro y las oportunidades de inversión, asignan mal el capital y crean riesgo.

Hay otra ironía más. La mayoría de los proyectos de inversión que necesita el mundo emergente son a largo plazo, al igual que lo son gran parte de los ahorros disponibles —es decir, los billones de dólares y euros que se encuentran en cuentas de jubilación, fondos de pensiones y fondos soberanos— Pero nuestros mercados financieros, cada vez más miopes, se interponen.

Muchas cosas han cambiado en los 13 años transcurridos desde la Primera Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo Internacional que se celebró en Monterrey (México) en 2002. En aquel entonces, el G-7 dominaba la formulación de políticas económicas a nivel mundial; hoy en día, China es la economía más grande del mundo (en términos de paridad del poder adquisitivo), con una tasa de ahorro que supera en alrededor de un 50% al nivel de EEUU. En el año 2002, se pensaba que las instituciones financieras occidentales eran magos de la gestión del riesgo y la asignación de capital; hoy en día, vemos que son brujos en manipular los mercados y otras prácticas engañosas.

Atrás han quedado los llamamientos que instaron a los países desarrollados a cumplir con su compromiso de dar al menos un 0,7% de su producto nacional bruto (PNB) en ayuda al desarrollo. Unos cuantos países del norte de Europa –Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Suecia y, sorprendente, el Reino Unido —en medio de su austeridad autoinfligida— cumplieron sus promesas en 2014. Sin embargo, Estados Unidos (con un 0,19% de su PNB ese mismo año) se queda muy, muy lejos.

Hoy en día, los países en desarrollo y los mercados emergentes dicen a EE UU y a los otros países: si no van a cumplir sus promesas, al menos no estorben y permítannos construir una arquitectura internacional para una economía mundial que también sirva a los pobres. No es sorprendente que las potencias hegemónicas existentes, con EEUU a la cabeza, estén haciendo todo lo posible por frustrar tales esfuerzos. Cuando China propuso la creación del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras para ayudar a redirigir algunos de los excesos de ahorro mundial hacia lugares donde la financiación es muy necesaria, Washington trató de torpedear el esfuerzo. Cuando finalmente el proyecto salió adelante, el Gobierno del presidente Barack Obama sufrió una dolorosa (y muy vergonzosa) derrota.

EEUU también está bloqueando el camino hacia un derecho internacional para la deuda y las finanzas. Para que funcionen bien los mercados de bonos, por poner un ejemplo, se debe encontrar una forma ordenada para resolver los casos de insolvencia soberana. Sin embargo, hoy en día, no existe tal manera. Ucrania, Grecia y Argentina son ejemplos del fracaso de los acuerdos internacionales existentes. La gran mayoría de países ha pedido la creación de un marco para la reestructuración de la deuda soberana. EE UU sigue constituyéndose como el principal obstáculo.

También es importante la inversión privada. Pero las nuevas disposiciones incluidas en los acuerdos comerciales que el gobierno de Obama está negociando en ambos océanos implican que cualquier inversión extranjera directa viene acompañada por una marcada reducción en la capacidad de los Gobiernos para regular el medio ambiente, la salud, las condiciones de trabajo e incluso la economía.

La posición de Estados Unidos en relación con el tema más debatido en la conferencia de Addis Abeba fue particularmente decepcionante. A medida que los países en desarrollo y los mercados emergentes abren sus puertas a las multinacionales, se hace cada vez más importante que puedan imponer impuestos a estos gigantes, gravando las ganancias generadas mediante la actividad empresarial que se produce dentro de sus fronteras. Apple, Google y General Electric han demostrado que a la hora de encontrar maneras de evadir impuestos son aún más geniales que cuando desarrollan productos innovadores.

Todos los países —tanto los desarrollados como los en desarrollo— han estado perdiendo miles de millones de dólares en ingresos fiscales. El año pasado, el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, en sus siglas en inglés) dio a conocer información sobre las decisiones fiscales de Luxemburgo que expusieron la magnitud y la diversidad de las formas de evasión fiscal. Aunque un país rico como EEUU pudiese soportar el comportamiento descrito en el denominado caso Luxleaks, un país pobre no puede hacerlo.

He sido miembro de una comisión internacional, la Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Internacional de Sociedades, cuya labor es examinar maneras de reformar el sistema tributario actual. En un informe que presentamos a la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, acordamos por unanimidad que el sistema actual está roto, y que no basta con un par de arreglos aquí y allá. Hemos propuesto una alternativa —similar a la manera en la que las empresas son gravadas en EE UU— asignando la recaudación que corresponde a cada Estado sobre la base de la actividad económica que ocurre dentro de las fronteras estatales.

EEUU y otros países desarrollados han presionado a favor de una serie de cambios mucho menores recomendados por la OCDE, que es el club de los países desarrollados. En otras palabras, los países de los que provienen los políticamente poderosos evasores de impuestos son los países que, se supone, tienen que diseñar un sistema para reducir la evasión fiscal. Nuestra Comisión explica por qué las reformas de la OCDE han sido, en el mejor de los casos, pequeños ajustes a un sistema fundamentalmente defectuoso. Son, simplemente, inadecuadas.

Los países en desarrollo y los mercados emergentes, encabezados por India, han argumentado que el foro adecuado para debatir estos temas es un grupo ya establecido en Naciones Unidas, el Comité de Expertos sobre Cooperación Internacional en Asuntos Fiscales, del que es necesario mejorar su situación jurídica e incrementar su financiación. EEUU se ha opuesto de manera tenaz: quería mantener las cosas como en el pasado, de forma que la gobernanza mundial sea llevada a cabo por y para los países desarrollados.

Las nuevas realidades geopolíticas exigen nuevas formas de gobernanza mundial, en las que la voz de los países emergentes y en desarrollo resuene más alto y con mayor peso. EEUU impuso su parecer en Addis Abeba; sin embargo, también mostró que se encuentra en el lado equivocado, una postura que será juzgada por la historia.

Olvídense del Dow Jones, del FTSE o del Nikkei: Ahora todos jugamos en Shanghai


Matthew Lynn, El Economista

Crecimiento ralentizado. Un mercado de valores colapsado. Y una tormenta financiera que se expande por el resto de los restos de la economía global. Puede que durante la subida, el índice de Shanghái no haya supuesto un impulso excesivo para otros mercados, pero sin duda ahora está arrastrándolos con él.

Lunes Negro, aunque es la que predomina en Twitter, quizá no sea la palabra exacta, el destrozo en los mercados de valores todavía no puede compararse con la caída en picado de 1987 o el colapso de la burbuja puntocom del año 2000. Pero este mes hemos visto sin duda algunas caídas espectaculares, y puede acabar convirtiéndose en el comienzo de un mercado bajista a nivel mundial.

En un momento dado, la Bolsa es la fuerza que normalmente domina los mercados globales. Marca el tono, sufre rabietas y desencadena la bonanza y los descalabros. Antaño era la Bolsa de Londres quien marcaba el paso. Durante la mayor parte del siglo pasado fue Wall Street. Durante una pequeña parte de los 80, fue Tokio. A partir de esta semana parece que será China. Si invierte en acciones, sepa que va a jugar en el mercado de Shanghái porque este será quien lo domine todo. Y, tal como les gusta decir en este país, va a ser un revulsivo.

¿Susto veraniego?Obviamente es demasiado pronto para poder decir si los mercados viven el típico susto veraniego, el mes de agosto es generalmente uno de los meses más volátiles, quizás porque los que se encargan de las mesas de contratación son los becarios, o si el mercado alcista que empezó en 2009 ha llegado a su fin. Es posible que a finales de septiembre los mercados recuperen su equilibrio y reanuden su ascenso.

Cierto es que con 76 meses esta es ya la tercera carrera alcista más larga de la historia. Pero el gran repunte vivido desde 1990 a 2000 duró 117 épicos meses, y el de 1921 a 1929 duró 97 meses, por lo que no hay ninguna razón especial para pensar por qué este tenía que prolongarse durante dos años más. Ya lo veremos.

Lo que sí podemos asegurar es que la crisis económica, al igual que su televisor o su Smartphone, llevan el sello 'Hecho en China', y esto quizás sea lo más importante. Cuando su índice cayó en un 8,5% en una única sesión de contratación, todos los mercados del mundo se retorcieron de dolor. En Europa, el DAX alemán, el CAC francés y el FTSE británico sufrieron una caída inmediata del 7%. En la apertura, el índice Dow Jones perdió mil puntos en la primera hora del día, y aunque logró recuperarse más tarde, fue una de las sesiones más volátiles de los últimos tiempos. Y todo fruto de la reacción ante lo que había sucedido en China. Esto es algo nuevo. A pesar de su rápido crecimiento, China hasta ahora había tenido un impacto relativamente escaso en los mercados financieros.

Piensen en los primeros meses del año, por ejemplo. Las acciones chinas estaban en racha y crecieron un 60% en solo unos meses. Si el índice Dow Jones hubiera experimentado un crecimiento del 60%, todos los demás mercados se hubieran subido al carro. En menor medida, hubiera sucedido lo mismo si el FTSE, el DAX o el Nikkei hubieran experimentado esta subida. Pero la pujanza china no afectó a otras Bolsas, que pasaron el primer semestre de 2015 cojeando y mostrando pocos signos de vida. Lo mismo sucedió durante la mayor parte de la última década. Al igual que un mal cantante de karaoke, Shanghái seguía su propio ritmo, inmune a lo que estaba sucediendo en otros lugares.

Otro planeta financieroLos análisis académicos lo confirman. Un estudio publicado por el Banco de Finlandia demuestra que la correlación entre los precios bursátiles de Shanghái y Nueva York estaba en constante crecimiento, pero en 2010 solo había alcanzado un relativamente débil 0,5. Era como si China fuera, al menos financieramente, otro planeta. Era interesante de observar, pero no afectaba demasiado a lo que sucedía en nuestro mundo.

Es realmente sorprendente. El explosivo crecimiento de China ha convertido a este país en la segunda economía más importante del mundo. Su mercado de valores, que no se puso en marcha hasta 1990, estaba, por lo menos hasta comienzos de este año, entre los más importantes. En mayo, el índice Shanghái Composite valía 5.900 millones de dólares, lo que le convertía en la tercera Bolsa más importante del mundo, por detrás únicamente de la Bolsa de Nueva York, de 20.000 millones de dólares, y el Nasdaq de 7.000 millones. Si le añadimos el mercado de Shenzen, que vale otros 5.000 millones de dólares, podría decirse que la combinación de estas dos Bolsas alcanza la segunda posición. No se trata tan solo del peso del dinero, aunque sí es importante. China es también el principal impulsor de la demanda mundial, quien dicta la demanda, los niveles de precios y el crecimiento. Le sobra efectivo y posee reservas que le permiten prescribir las condiciones de los mercados de divisas. Por tanto, en la medida en que su mercado sea un indicador puntero del estado de la economía china, es lógico que dicte los mercados globales, al igual que cuando antaño dominaba la economía estadounidense era lógico el dictado del índice Dow Jones.

La clave del 'Lunes Negro' es que ahora es probable que el mercado de Shanghái sea el impulsor clave de los mercados globales, en rivalidad por ahora con el NYSE, pero con la posibilidad de que lo eclipse. Será volátil, complejo y estará más dominado por los sentimientos y el miedo que por el cálculo racional, los chinos son unos jugadores empedernidos que ven el mercado de valores como un casino sin luces de neón y sin camareras sirviendo cócteles. Y el apoyo del gobierno será más contundente que el recibido por cualquier Bolsa occidental. Pero deberán acostumbrarse. Si invierten, a partir de ahora jugarán en los mercados de Shanghái? así que abróchense el cinturón que vienen curvas.